Relación verdadera en que se cuenta la grande empresa acometida para desentrañar las legítimas adscripciones territoriales de nuestros antepasados, y de los motivos que me movieron a suspender la carga documental por atender tan necesaria investigación; en la cual se manifiesta con todo rigor el empeño puesto en restaurar la verdad de los antiguos señoríos, reinos, ducados, marquesados, provincias, comarcas y demás jurisdicciones bajo cuya égida vivieron, obraron y fenecieron aquellos de quienes descendemos, y se hace público testimonio del conflicto que embargó mi ánimo al hallar consignadas, en escritos modernos y descuidados, referencias geográficas ajenas a la época, lo que me llevó, no sin justa turbación, a interrumpir mis trabajos y entregarme con denuedo a la pesquisa de fuentes históricas, mapas pretéritos, tratados y privilegios, para así librar a la memoria de los míos del oprobio del anacronismo y del yerro topográfico, tan comunes como funestos en estos menesteres genealógicos.
Hallándome yo en aquellos días dedicado con todo esmero y diligencia al menester de ordenar y cargar en el repositorio electrónico los pergaminos, cédulas, partidas y demás documentos que constituyen el tesoro de nuestra memoria familiar, acaecióme una reflexión que habría de mudar enteramente el curso de mis trabajos y encaminarme hacia una empresa no menos ardua que necesaria. Pues aconteció que, estando yo examinando con particular atención ciertos papeles antiguos que daban testimonio de los lugares donde vieron la luz primera nuestros ascendientes, vínome a entender que no podía proseguir con mis tareas sin antes resolver una cuestión que se me antojaba fundamental para la integridad de toda la obra: la de establecer con precisión matemática y verdad histórica incontrovertible cuáles fueron las exactas jurisdicciones, señoríos, reinos y potestades bajo las cuales vivieron y murieron aquellos de quienes descendemos, evitando así caer en los errores anacronísticos que tanto abundan en los escritos modernos sobre genealogía y que constituyen verdaderas ofensas contra la memoria de los difuntos y la exactitud de la historia.
En aquella sazón en que me hallaba yo ocupado en el no menos noble que trabajoso ejercicio de cargar al repositorio electrónico los documentos que dan fe y testimonio de la historia de nuestro linaje, vínome a las mientes una consideración que no por ser sutil dejaba de ser de la mayor importancia para quien, como yo, tiene en grande estima la verdad histórica y abomina de las inexactitudes que suelen deslizarse en los anales familiares por descuido o ignorancia de los tiempos pasados. Fue el caso que, habiendo llegado a mis manos ciertos papeles que daban cuenta del nacimiento de uno de nuestros antepasados en tierras de la Península Itálica, advertí con no pequeño desasosiego que el escribiente moderno había consignado que tal persona era «nacida en Italia«, cuando bien sabía yo que en aquellos días remotos no existía tal denominación, sino que aquellas comarcas se hallaban divididas en diversos reinos, ducados y señoríos, cada uno con sus propias leyes, monedas y soberanos. Hallábame yo, en tal coyuntura, cual navegante que advierte de súbito que ha estado siguiendo carta de marear errada, pues bien veía que si no enmendaba el rumbo, habría de embarrancar en los escollos de la falsedad histórica, llevando tras de sí a cuantos confiaren en mis investigaciones genealógicas.
No hay cosa que más me irrite el ánimo y perturbe mi sosiego que topar con semejantes anacronismos, los cuales, por más que parezcan nimiedades a los ojos del vulgo, constituyen verdaderas ofensas contra la integridad de la historia y la memoria de nuestros mayores. ¿Qué diremos de aquel que consigna que su bisabuelo nació en Alemania en 1798, cuando en verdad aquel territorio formaba parte del Sacro Imperio Romano Germánico y estaba dividido en más de trescientos estados independientes, desde el poderoso Reino de Prusia hasta el más humilde condado de algún príncipe elector? ¿O de quien afirma que su antepasado vio la luz primera en Bélgica en 1820, siendo así que aquellas tierras pertenecían entonces al Reino de los Países Bajos, y no fue sino hasta 1830 que se constituyó la nación belga tras la revolución que separó a flamencos y valones del yugo holandés? ¿Y qué decir de aquel que escribiere que su ancestro nació en Polonia en 1850, cuando en verdad aquella noble nación había sido borrada del mapa por las potencias vecinas y sus territorios repartidos entre Rusia, Prusia y Austria, siendo conocida esta infamia por el nombre de las Particiones de Polonia? ¿O de quien dijere que su ascendiente era natural de Checoslovaquia en 1910, cuando tal país no existía aún y aquellas tierras formaban parte del Imperio Austro-Húngaro bajo los nombres de Bohemia, Moravia y Eslovaquia? Tales errores, por más que vengan dictados por la ignorancia y no por la malicia, no dejan de ser graves faltas contra la verdad histórica y merecen ser enmendados con todo rigor y diligencia, pues el tiempo todo lo consume y transforma, y lo que hoy es una nación mañana puede ser provincia de otra, o lo que ayer fue reino hoy puede hallarse dividido entre diversos señoríos.
Por tanto, habiendo meditado largamente sobre este asunto y pesando en mi ánimo la gravedad del mismo, determiné hacer alto en mi labor de carga documental y dedicar el tiempo necesario a investigar con la mayor exactitud posible las verdaderas adscripciones territoriales de las comarcas que cobijaron a nuestros ancestros, para poder referirlas de la forma más correcta y precisa en adelante. Pues bien entiendo que esta tarea, aunque parezca ardua y prolija a primera vista, es en verdad de suma necesidad para quien desee honrar como es debido la memoria de sus mayores y no caer en los errores que tanto abundan en los escritos modernos sobre genealogía y historia familiar. Así pues, he resuelto emprender esta investigación con todo el rigor que merece la materia, consultando las más autorizadas fuentes históricas, los mapas antiguos, los tratados de paz que modificaron las fronteras, las actas de fundación de ciudades, los privilegios reales que otorgaron fueros y jurisdicciones, y cuantos documentos puedan arrojar luz sobre la verdadera naturaleza política y administrativa de cada territorio en cada época determinada.
Y no es mi intención acometer esta empresa movido por vana presunción de saber, sino por el genuino deseo de servir no solo a mi propia causa, sino a la de todos aquellos que compartan comarcas originarias con las de mi estirpe y tengan la misma consideración sobre estos menesteres, pues bien sé que son muchos los que, como yo, se afanan en reconstruir la historia de sus familias y tropiezan con las mismas dificultades que a mí me aquejan. Que no en vano dice el refrán que el saber no ocupa lugar, y más cuando se trata de honrar como es debido la memoria de aquellos que nos precedieron en este valle de lágrimas y trabajos, los cuales, habiendo vivido bajo señoríos y jurisdicciones que hoy ya no existen, merecen ser recordados con la exactitud que corresponde a su tiempo y circunstancias, y no con los nombres y divisiones que la modernidad ha impuesto sobre sus antiguos hogares. Así, pues, he de proseguir con esta noble tarea hasta verla cumplida, por más que me cueste tiempo y trabajo, pues estoy cierto de que la verdad histórica es el mejor homenaje que podemos rendir a quienes nos engendraron y criaron, y la más sólida base sobre la que edificar el conocimiento de nuestros orígenes y la comprensión de nuestro destino.